Las Viejas del Norte Viento por GALLITO CIEGO


Pespuntes de paje

Por Carlitos Cañete

Demasiado aguará me siento al comenzar éste ciclo y más aún, al hacerlo con una de las obras teatrales más bellas que vi alguna vez.

Así es, no se alegren algunos, ni despotriquen otros, continúo igual de ciego como ayer, pero mis ojos nunca estuvieron tan abiertos que ni las lágrimas pudieron empañar el caudal de emociones, tras contemplar el embrujo de Las viejas del norte viento.

Antes de hablar del elenco –un verdadero sueño artístico para cualquier ser sensible del trópico-, quiero no más decirle a Hugo Robles, director y dramaturgo de la pieza, que cuando yo sea grande y abandone mi complejo de Peter Pan, deseo escribir como él.



El señor Robles estampa su sello, enhebrando su universo poético, en una crónica que huele a flores marchitas en el cementerio y gira como un trompo debajo de la sombra de un guayabo en los veranos siniestros de la dictadura.

La riqueza de su lenguaje metafórico, debería ser estudiado en las cátedras de las escuelas artísticas y su manejo sobre las intenciones sonoras, la plástica y el resquebrajamiento corporal, audibles hasta por los insensatos, bien pueden esbozar análisis sobre el comportamiento de la decadencia a la que un régimen nos hizo herederos.

Hablando de eso, sepan que es difícil ser sintético cuando hay tanto que decir.
Comentar sobre el trabajo que ofrece Margarita Irún, en serio da para varios volúmenes.
La Maestra se para, cambia su voz como quiere, se mueve como si estuviese en trance, rememora alguna dulzura de su juventud y enfrenta su realidad colectiva con otras mujeres apagadas, desdoblando el clasicismo en piruetas sobre su dicción e interpretación dramática.



Ella es Domitila y cualquier extraño que desconozca su bagaje, diría que siempre fue así, entonces uno traga salva varias veces, se retuerce de la risa y no puede evitar sentir lástima por tan carente transcurrir.
Si hay alguien –y conste que puedo jactarme de haber ido a varias obras-, que con su sola presencia, llena de surrealismo a granel una sala de teatro, es la Primera Actriz, María Elena Sachero.

La dama ingresa y tras una ovación, conquista a cualquier incrédulo.
Su voz traspasa el torrente sanguíneo y su mirada te cuenta las historias más tristes directo en el caracol de ambos oídos.
Quieta desde su ubicación, ella baila con lo que representa en las vísceras de la historia
y su intervención, trasciende el inconsciente artístico, cual si fuera un distanciamiento brechtiano. (pe´a he´íse, casi casi es imposible no pensar en el privilegio de tener enfrente a tan inmensa referente cultural).

Clotilde Cabral nos transporta por momentos a una sutileza bipolar en el lenguaje: Sus monólogos empapados por la caña que menciona de vez en cuando, sueltan la línea establecida en el parlamento y se vuelven suyos.
Su concentración la mantiene en éste plano, pero imagino que durante algunos segundos, sentada frente a esa máquina de coser, en verdad era un despojo deprimido condenada a surcir paños para las cruces donde la víctima más desdichada, era su mismo personaje.
En realidad, una verdadera evocación a su trayectoria y un reafianzamiento de su versatilidad interpretativa.



Con ese tono que nos recuerda el, había una vez…, de los cuentos de antes, Amada Gómez, celebró cincuenta años de carrera profesional, plantándose desde su intención
de escapar del letargo caliente del viento que nunca se cansa de soplar en la vida que representa en escena.

Su actitud conciliadora ante determinados hechos, refuerza los caracteres de sus compañeras de elenco y la fluidez de sus líneas, la convierten en un acertadísimo respaldo emocional.



Con la frescura avasallante del transcurrir –cada vez más firme- de su carrera, Rossana Bellasái, triangula el desarrollo del plano cronológico, dentro de tantos quiebres poéticos, fusionándose en sus cuadros íntimos, apartándose de la línea temporal del texto, con la solvencia de la debutante, Ángeles Gonzáles.



Ambas actrices se posicionan con todo el talento que ostentan, ante una fila de portentosas artistas, debatiendo con muchísima altura los matices y cambios que padecen Catalina y Angelina.


Nací a finales de la dictadura, pero mamé –casi literalmente de la famosa uva que nos llegaba de vez en cuando-.

Padecí el efecto residual que aún hoy contamina el fucsia de los lapachos y hace que algunos extrañen dormir con las ventanas abiertas.
Mi condición y privilegios masculinos, jamás podrán acercarse al padecimiento de las mujeres, niñas, madres, abuelas y hermanas que sucumbieron al terror, cualesquiera haya sido su forma.

Las que resistieron y nos cuentan con crudo realismo esos pasajes, algunas de ellas, son Las viejas del norte viento, y rindiendo todos los honores posibles a la dramaturgia,
al director, a las actrices, desde el fondo de la sensibilidad, que obras como ésta aún me permiten tener, yo les digo, vayan y vean, vayan y rían, vayan y lloren, vayan y aprecien…, pero hagan lo que hagan, no se pierdan la oportunidad de transportarse desde el paje de unos textos que evocan a García Márquez, Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos y otros tantos hechiceros del realismo, a los pespuntes sublimes de unas actuaciones inolvidables, dignas de todos los reconocimientos posibles.

Las funciones de Las viejas del norte viento, continúan los  dos próximos fines de semana en la sala Molliere, de La Alianza Francesa (Mcal. Estigarribia 1039 casi Brasil) los viernes y sábados a las 21:00 y los domingos a las 20:00. El costo de las entradas en la boletería del teatro es de G. 80.000.

“¡Chake…., oúta la viento ñaró!”.

FOTOS GENTILEZA.


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